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LA MELANCOLÍA ES DOLOROSA

Romano Guardini, en su estudio del diario de Soren Kierkegaard, enuncia las siguientes palabras: “La melancolía es cosa demasiado dolorosa, ella se hunde tan profundamente hasta las raíces de la existencia humana como para que nos sea permitido abandonarla a las manos de los psiquiatras”. A lo que podría agregarse, con más justicia, que no debe dejarse en manos de los psicólogos conductistas, psicoanalistas ortodoxos o disidentes. Guardini es un teólogo, y su análisis corresponde a la penetración de un psicólogo existencial. Así, la melancolía no debe ser vista desde una perspectiva psicopatológica ni meramente biológica, como es el caso de la depresión endógena. Allí donde hay melancolía, su dulce tristeza puede ser interpretada como una anunciación gloriosa. Allí donde está la melancolía, puede crecer la salvación, el paraíso.

El poeta inglés John Keats (1795-1821), en el centro de la vida y la producción literarias inglesas del siglo XIX, dijo con dolorosa delicadeza: “The world is too brutal for me”. Es una confidencia de indefensión. Y también una queja delicada de un hombre excelente: es el sufrimiento por la vulgaridad y la tosquedad de un mundo construido por hombres mediocres, ambiciosos y violentos.

Un hombre que siente el mundo como brutal para él se encuentra predestinado a lo que están predestinados los hombres más nobles de espíritu, los diferenciados, los distinguidos: la melancolía. El mismo Keats escribió: “A thing of beauty is a joy forever”. Un gozo ciertamente indestructible es tener la sensibilidad de los elegidos, la sensibilidad aguda y dolorosa para lo ordinario y la sensibilidad sutil y gozosa para lo extraordinario. Esta también es la experiencia de la melancolía, aquella en la que la belleza es un esplendor, una dulzura, una joya que se guarda y se atesora como salvación en un mundo miserable, un mundo hecho por los otros, los extraños. En ese contraste, está la raíz de la melancolía.

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